Ser liberal
Soy liberal. Me pienso a mi mismo como una persona que valora el ejercicio de la libertad individual como algo fundamental para el desarrollo de una vida plena. No creo, por lo tanto, en que exista un valor que anteceda al ejercicio de la libertad de los individuos. Tampoco en las tradiciones provenientes de la familia, la cultura o cualquier otro espacio imaginado que se superponga a la capacidad de elegir de las personas por sí mismas, en búsqueda de lo que consideran lo mejor para ser felices, o cuanto menos vivir con alegría sus vidas.
No niego, sin embargo, que la pertenencia a estos espacios sociales o culturales influyen en el desarrollo de la individualidad. En ese sentido no creo que en el sujeto desvinculado como un ideal de vida. Pienso que las personas están siempre vinculadas a otros que contribuyen en el significado particular de sus propias vidas, para bien y para mal. Aunque al final, será siempre la capacidad de decidir del sujeto el que determine con qué se queda de los demás y qué desecha por las razones que él o ella misma elija.
En términos políticos creo que el liberalismo político es la mejor forma de organizar una comunidad. De esta forma, el ejercicio del poder debe estar al servicio de los ciudadanos para que estos puedan desarrollar plenamente sus libertades individuales sin más restricción que los límites que impone la ley para este fin. En ese sentido, creo como Rawls expresa en su teoría política, que el valor fundamental de la forma de organizar políticamente una comunidad es la justicia, la cual debe establecer la orientación necesaria para organizar el ejercicio del poder desde una perspectiva de equidad, que brinde las mismas oportunidades a todos los ciudadanos para que puedan desarrollar sus planes de vida de la mejor forma posible, estableciendo mecanismos de solidaridad cívica para incorporar a los menos aventajados de la sociedad en el goce de sus libertades, para el desarrollo de sus capacidades humanas básicas que les permita una vida digna.
Discrepo, en cambio con Rawls, que la cultura política se deba erigir sobre la base del consenso. Por el contrario, la cultura liberal en materia política debe solventarse sobre la base del disenso. Las instituciones políticas en términos generales deben organizarse de modo que faciliten el diálogo y la discrepancia que permitan construir significados o acuerdos comunes. En ese sentido, el consenso son acuerdos contingentes que permiten la convivencia y la discusión de nuevas alternativas para mejorar la vida de las personas. No hay verdades acabadas. De esta forma, la tolerancia sería el segundo valor cívico de especial relevancia para una cultura política liberal.
Hoy me tocó participar en calidad de invitado en una clase sobre ética y política en una universidad privada de Lima. Fue penoso tener que escuchar a los jóvenes expresar su intención de voto por el señor Castañeda, que seguramente ganará las elecciones el día de mañana. Estos jóvenes forman parte del 46% - aproximadamente- que tiene claro que votará por el ex-alcalde de Lima, suscribiendo la máxima de robar y hacer obras como algo tolerable.
A pesar que creo que esta máxima es degradante en términos morales, mis convicciones liberales me llevan a soportar que se expresen públicamente, e incluso, como dice Voltaire, a defender que las personas que piensan así sean capaces de expresar sus ideas políticas o morales, aún cuando, insisto, no esté en lo absoluto de acuerdo con ellas.
Pero también me conduce a una posición crítica frente a esta forma de comprender o aceptar el ejercicio político. Porque mis creencias políticas y morales me animan a buscar una sociedad libre y justa. Ningún gobernante que tenga como práctica de gobierno el robo a pesar de las obras que es capaz de hacer, asegura el ejercicio justo del gobierno, ni menos las libertades de los individuos. Porque la corrupción, en todas sus formas, inhibe el ejercicio pleno de las libertades, en condiciones equitativas, de todos los ciudadanos.